Dicen de esta carta, que es el mayor alegato a la naturaleza, la mayor de las súplicas por hacer comprender. La mayor esperanza, sin esperanzas. Las peticiones de un anciano, que se sabe hijo, las palabras de un salvaje…así lo llamaban…salvaje. La sabiduría de las Leyendas y las Historias indias Americanas, de un anciano. El jefe indio Noah Sealth.
Un nativo americano, un jefe indio con un profundo amor hacia su Madre…La Madre Naturaleza.
A finales del siglo XVIII llegó la locura, la explotación de las riquezas americanas, por parte de los europeos. Llegaban en masa, por miles, al sueño americano.
Oro, piedras preciosas, madera, pieles y terrenos. Todo estaba virgen, en cantidades inimaginables. Había para todos, había comenzado así. la conquista del salvaje Oeste.
Pero todo tendría un alto precio, aunque fueron otros los que pagaron.
En las primeras películas de Hollywood nos mostraban, podíamos ver, como algunos indios sin escrúpulos atacaban y asesinaban a pobres familias cristianas. Con los años, esto cambió. Hoy es difícil ver una, donde no se cuente otra realidad. La Realidad.
Cuando estos ataques ocurrían, lo más que hacían, era robar caballos, armas y mujeres. Mujeres, que por cierto y no fueron pocas, tras conocer y entender la vida de sus raptores, no querían ser rescatadas. Pero eso es otra historia.
Ahora que está de «moda» el Coronavirus o Covid-19, está bien saber, que algunas de las primeras guerras biológicas comenzaron aquí.
A veces, el hombre blanco llegaba en son de paz. Para que vieran su acto de buena fe, regalaba mantas, muy necesitadas en los largos inviernos. Mantas que venían de Europa, y que pertenecían a enfermos de hospitales con males como la viruela. Enfermedades, de las que los nativos no tenían defensas. Las masacres eran totales. Tribus enteras exterminadas para siempre.
En otras ocasiones, en árboles donde se vieran bien, o en cruces de caminos, ahorcaban a mujeres indias y de sus pies colgaban muertos, boca abajo y abiertos en canal, sus hijos recién nacidos. Así despertaban el temor y la ira de los nativos.
En aquellos siglos de guerra, más de 300 tratados de paz se firmaron y todos, los rompió el hombre blanco.
En 1830 Estados Unidos, delimita con escuadra y cartabón, sobre los mapas de papel, lo que más tarde se convertirían en algunos de sus condados y marcaron en qué lugares debían afincarse las tribus si no querían ser masacradas.
El reparto fue fácil. Zonas desérticas, pantanosas o de grandes cordilleras, donde predominaban cuando había agua, que estas fueran sucias.
Una de las tribus que había aguantado las envestidas del hombre blanco era la Duwamish. Guiada de forma magistral, por su jefe y shamán Noah Seattle. Se dice que Noah, media 1,82, una altura gigantesca para aquella época, aun más entre los suyos. Seattle, era hijo de un jefe indio y de una princesa de diferente tribu. Con tan solo 20 años, tuvo que ponerse al frente de 6 naciones indias. Cada una con sus reglas y sus leyes. Siempre lo hizo de forma sabia y neutral. Como gran guerrero, sabía que muchas guerras se ganaban sin luchar.
Tuvo dos esposas y varios hijos, pero fue tras la muerte de su primer vástago, cuando decide ser bautizado y convertirse al cristianismo. Quizá así, el hombre blanco lo vería con otros ojos. Se equivocaba.
En 1854, los ataques son extremos y las enfermedades merman a la nación india. Esto, lo conoce bien el que por entonces era el presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce y aprovecha la situación para que se entrevisten con el gran jefe Noah Seattle. Un nuevo tratado de paz y mucho dinero para comprar las tierras de las tribus. Dos millones y medio de acres.
Además, le ofrecían medicamentos y protección para sus nuevos hogares.
Lo cierto es que ni vieron medicamentos, ni extensas praderas ni mucho menos un solo dólar.
Quien vino a hablar, fue el gobernador Isaac Steven. Tras exponer la idea del presidente, Noah, se levantó, se dirigió a él, lo miró con pena y cansancio en los ojos y poniendo su gran mano en la diminuta cabeza del enviado, habló durante más de media hora.
La vida del gobernador, cambió para siempre. Lo que en ese momento expuso el gran jefe indio, fue la famosa carta, que más tarde tradujeran. Se cree que no es exacta, pero el alma de sus palabras fueron estas.
«El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras.
El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad.
Mucho apreciamos este gesto, pues sabemos de la poca falta que le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que de no hacerlo, el hombre blanco vendrá con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras.
El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
Yo soy un salvaje y no entiendo. ¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿Cómo es posible que quiera comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de pino, cada puñado de arena de playa, la penumbra de la selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos, son sagrados en la vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva la historia del piel roja.
Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo y el gran águila, son nuestros hermanos.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que tendremos un lugar donde vivir satisfechos.
Dice que él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por ello vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero no será fácil.
Esta tierra es sagrada para nosotros. El agua brillante que corre hacia los ríos no es agua, sino la sangre de nuestros antepasados.
Si os vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que es sagrada y enseñar a sus hijos que es sagrada. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y los suyos también. Por eso, deberéis dar a los ríos la bondad que le dedicarían a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo valor que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y coge de la tierra aquello que necesita.
La tierra no es su hermana sino su enemiga y cuando la ha conquistado, sigue su camino.
Roba de la tierra aquello que será de sus hijos y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados.
Trata a su madre, la tierra y a su hermano el cielo, como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, o vendidas como carneros.
Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
Yo no entiendo. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.
No hay un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco. No se puede oír el florecer de las hojas.
Quizá sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire… el animal, el árbol, el hombre. Todos comparten el mismo soplo.
Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor.
Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, deben recordar que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene.
El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Por eso, vamos a meditar la oferta de comprar nuestra tierra.
Si aceptamos, impondré una condición: el hombre blanco deberá tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo otra forma de actuar.
He visto un millar de búfalos pudriéndose en la pradera, abandonados por el hombre blanco que los mató desde un tren.
Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo. Nosotros lo sacrificamos solo para vivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales pronto ocurrirá a los hombres. Todo está unido.
Deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre.
Todo lo que le ocurra a la tierra, ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a ellos.
Nosotros sabemos esto:
La tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Todo está unido.
Lo que ocurra con la tierra, recaerá sobre los hijos de la tierra.
El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos.
El hombre blanco, camina con su Dios y habla como él, de amigo a amigo. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. De una cosa estamos seguros, que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: que nuestro Dios es el mismo Dios.
Él es el Dios del hombre y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La tierra es preciosa y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminan sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.
Dios por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos que los búfalos sean exterminados, los caballos sean todos domados y los rincones secretos del bosque sean impregnados del olor del hombre.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
Cuando el último árbol sea talado, la ultima montaña derribada, el último río se haya secado y el ultimo águila de su último vuelo, veréis que vuestro dinero no se come.
Hace cientos de años que ya nos avisaba el gran jefe Noah Seattle de la catástrofe a la que vamos dirigidos. Algunos le llaman el primer ecologista, quizá no vayan mal encaminados.